Los poemas son como gotas de lluvia en la ventana una tarde de tormenta. No tiene sentido querer apropiarse de un aguacero o pretender malversar el estro jugando con los dedos en el cristal. Es ilógico encuadernar una ventisca a no ser que deseemos liberar un ciclón, despertar una tempestad o exorcizar una borrasca en maleficio de los nombres, incluso de los nuestros. La inspiración es la vorágine del crisol.
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