No hay nada que haya sido creado que no tenga un nombre, ni siquiera se puede dejar de nombrar la inexistencia.
Detrás del sexo se oculta el alma, y puede que un burdel sea el lugar indicado para buscar un corazón y fingir una transacción.
Todos los académicos de la lengua acaban en un prostíbulo.
Porque el lugar de la subsistencia no ocupa el lugar del anhelo, el de la vivencia y la sustancia. Por lo tanto, debemos insistir en desaparecer y hacer inmensamente felices a quienes nos rodean, o permanecer el tiempo suficiente para que al marcharnos se haga patente lo acuciante.
En los suburbios tal vez encontremos las realidades más ciertas y si pensamos en ello, todos subsistimos a cambio de pedazos de aire que nos den razones más que razonamientos. El nombre no es lo que nos define sino lo que nos acusa: necesitamos inexistir para comprender el alcance de nuestros actos; la Babilonia perfecta no es más que nuestra vecina, vestida con los atuendos de andar por casa, inocente y sensual, aunque su inocencia sea sin prejuicio
ResponderEliminarRespecto a tu comentario, no se puede expresar más: cuando se dirime con contundencia no hacen falta razonamientos.
ResponderEliminarbuscamos un nombre para nombrar lo inexistente así como una razón para existir o el razonamiento a todo lo que sentimos cuando el corazón no busca razón alguna.
ResponderEliminarLa mente juega con nosotros. Juguemos nosotros con ella
Exacto, un corazón desatado no necesita argumentos para gozar.
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