Ni siquiera animando a los cobardes conseguimos intrepidez. De nada sirven los ruegos cuando tratamos de mirar hacia otro lado, pasar desapercibidamente ante la sugestión del juicio. Nos persuaden a ser molestos y queremos ser modestos. Deberíamos entrar con la puya y abrir entrañas, ya que el anfitrión nos convida a la sangre.
¿No sería mejor guiarse por el hilo de Ariadna y confrontar al Minotauro, aunque regresemos al punto de partida una y otra vez, a permanecer en el laberinto y nos disculpen refiriendo que todos los caminos son correctos para llegar al final?
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