Por un tiempo a uno de los jefes se le dio por hacer un reconocimiento. Lo tenía pegado a mis talones mascando el sudor de mis calzones, pero siempre me encontraba con la herramienta entre las manos y cuando necesitaba ir a algún sitio nunca regresaba de vacío.
Un buen día se dirigió a mí y con absoluto asombro me inquirió:
-¿Usted le da a todo?
-¡Sólo a las mujeres!
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