ESCRITOS


19/9/19

Con unos pechos enhiestos y un trasero descomunal como un orbe, nunca hallaré el perfecto escabel para su selecta nalgada.

Me arde el pináculo entero, de Nôtre Dame, en una escaramuza de incendios voraces (todavía no ha muerto el gallo que coronaba su aguja).

No hay mayor consolación que una ribera de alisos flanqueándote y unos dedos secuaces platicando la usura, Montparnasse en el sacro y un poeta en el íleon: enterremos allí todas nuestras frustraciones hasta estrangular las entrañas.

El índigo Sena es la humedad de su pubis y como un giboso trepo por sus cariátides, centellas y soles ascendiendo desde el averno, torcaces esculpidas en los sillares.

Ni Víctor Hugo hubiese imaginado tanta solemnidad ni mayor magnificencia que el de un corazón atrapado en el rubor esmeralda.

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