Nadie estará allí para nosotros, ni siquiera una madre protectora para reconfortarnos con sus pechos. O sí, puede que sí... Claridad de la muerte, tu leche rebosa en mis labios como un seno de lactancia.
A lo lejos, en el interior de un regazo, la redondeada esperanza, el latido apremiante a través de la acuosa placenta. Llega, y nada puede consolarnos de la terrible decepción de nacer.
Leyendo el post se enjuta el espíritu balbuceando a su vez el alma cual tímidos fonemas de bebé.
ResponderEliminarUn poco de todo... Puede que el tan temido final sólo sea una puerta hacia otro balbuceante principio.
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